Como les conté en la edición pasada, la idea de mi columna de este año es compartir experiencias de distintos lugares del país que me encuentren corriendo. Me propuse este 2019 re-correr ciudades, playas, sierras, y montañas, sin salir de nuestro territorio, sea en una carrera dejándolo todo o en un trote relajado y ameno. Porque lo lindo de correr es justamente que podemos hacerlo en cualquier lado. Sólo basta incluir a las zapatillas en el bolso o la valija. Lo demás, es cuestión de actitud y ganas. Enero me sorprendió conociendo paisajes de ensueño en modo vacaciones combinando mar y sierras, siempre en acción. Porque para mi las vacaciones o escapadas de finde nunca son sinónimo de quedarme quieta. Soy feliz corriendo o trepando cerros. Me hace bien, lo necesito. No preciso descansar de correr. A lo sumo bajo la intensidad o cantidad, o me doy un mini stop y ahí meto otras cosas que me gustan como hacer trekking, nadar, o pedalear. Porque se puede descansar también (y muy bien) de forma activa.
En marzo y abril viajé a participar de dos carreras nuevas para mí: la media maratón de Mendoza, y la maratón de La Pampa. Mendoza es una provincia que me encanta y conozco muy bien porque la visité un montón de veces, pero siempre en “plan montaña”, nunca “modo running”. Los 21 K de su hermosa ciudad tienen un recorrido céntrico y bastante ondulado (como no puede ser de otra forma en esta ciudad donde los cerros son protagonistas). Todo se desarrolla en el marco de un evento súper alegre y festivo. La organización es impecable: circuito muy bien marcado y medido, hidratación perfecta, excelentes premios para los ganadores de la general y también para las categorías de edades, presencia de atletas de primer nivel, y una banda en vivo en el after que disfrutamos a puro sol en una mañana fresca y perfecta para correr. La media de Mendoza no es una carrera tan rápida como se piensa. Las calles tienen subidas picantes y cuando llega la bajada no se puede ir tan fuerte como uno quisiera: las piernas ya están cansadas. Además, abundan los empedrados. De todas formas se lograron buenas marcas: Julián Molina y María Luz Tesuri fueron los más rápidos con 1:06 y 1:17 respectivamente. Ambos se volvieron a casa felices y no sólo por sus victorias: se llevaron 80 mil pesos cada uno en premios: 40 mil por el primer puesto, y 40 mil extras por el récord de circuito. Esto es algo que debería ser habitual en carreras de esta magnitud, pero lamentablemente sorprende como caso aislado.
Por suerte Mendoza no es la única, y también sucede lo mismo en otro evento hermoso que este año me di el lujo de conocer, la maratón mas antigua y artesanal del país: A Pampa Traviesa. Allí también hay premios en efectivo y muchos trofeos para todas las categorías de las diferentes distancias. ¡Y efectivo hasta el quinto puesto de la general! Así fue como me volví de Santa Rosa enamorada de esos 42 K: corrí una maratón genial, mejoré mi marca anterior, pude disfrutar y conectarme con la felicidad de correr como pocas otras veces, y como si todo eso no bastara… me volví con un premio insólito para mí: justo entré en el puesto número cinco entre las damas y fui una de las ganadoras de los premios cash, que pagaban ahí mismo y ágilmente en la municipalidad. ¡No podía dejar de contarle a todos lo que me había pasado; que había quedado quinta entre todas las mujeres, y que había ganado plata corriendo! Y no era la plata el punto. Ustedes me entienden.
La municipalidad de Santa Rosa organiza esta carrera con mucho cariño y dedicación hace 35 años, y en esta edición festejó con récord de inscriptos: más de 1300 corredores en total y presencia internacional de primer nivel. El colombiano John Tello Zúñiga se quedó con la victoria de los 42 K con un tiempo oficial de 2 horas, 16 minutos y 34 segundos.
Hubiera querido quedarme varios días más a empaparme de esa paz y buena energía pero lamentablemente tenía que estar al otro día en mi ciudad. Esa misma noche tomé el micro a Buenos Aires trayéndome un montón de anécdotas y recuerdos lindos. Las rectas interminables de ese circuito solitario y llano, tan pampeano y tan argentino. Tan nuestro. Las caras alegres y los aplausos de los tantos que nos alentaban en la llegada, corredores o no, madrugando un domingo para no perderse esa fiesta del deporte en su ciudad. Las tardes de siesta eterna, donde caminando por las callecitas vacías es muy difícil encontrar algo abierto. El agua fría resucitadora de piernas de la pileta del hotel, el más tradicional de Santa Rosa, el Calfucurá, donde nos hospedaron con una calidez inmensa. Y podría seguir enumerando momentos e imágenes varios párrafos más.
No me canso de viajar y de correr. Y no me canso de decir que aunque algunas cosas y algunas personas hacen que Argentina me duela; la amo. Y me encanta. Y la elijo. Y la seguiré recorriendo y corriendo, lo que más pueda. ¡Hasta la próxima!
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