Los 42 K de Berlín fueron mi maratón número trece, y la mejor que corrí hasta hoy. Logré romper una barrera (tal vez mental) de hace muchos años: bajar las 3 horas y 30 minutos.
De mis doce maratones anteriores, once las corrí en mi país, porque si bien adoro viajar, a la hora de afrontar un desafío semejante prefiero la comodidad de lo conocido: mi casa, mi comida, mi cama. No es fácil correr en otro lado, y en modo turista, mucho menos. Elegí Berlín sólo porque quise asegurarme un circuito rápido y buen clima. No es que me motiven como a tantos, las “Majors”, esas seis maratones estrellas del mundo (Nueva York, Boston, Chicago, Londres, Tokyo, y Berlín) que un sinfín de corredores sueñan con completar todas. Yo, sinceramente, no le encuentro ningún sentido. Sólo elegí esta Major para aumentar las chances de hacer una buena marca. Y lo logré. Como si fuera poco, además tuve el privilegio de correr en el mismo día y circuito donde se batió el record mundial. 2 horas, 1 minuto y 39 segundos marcó el cronómetro para Eliud Kipchogue, el keniata de 30 años que superó por más de un minuto el récord anterior hecho también en ese mismo suelo por otro compatriota suyo en 2014 (Dennis Kimetto). Lujos que el atletismo te da, y algo imposible en otros deportes.
¿La más veloz del mundo?
Berlín es famosa por rápida, ocho de los últimos diez récords mundiales se dieron allí. Su circuito llano y sin retomes, sumado a un clima por lo general seco y fresco hacen que sea las más codiciada tanto para elites como para amateurs que buscan mejorar tiempos. Pero la realidad es que la carrera de los amateurs no es la misma que corren los elites. Nosotros los simples mortales, tenemos que hacer metros de más e ir lento para esquivar gente todo el tiempo (más de 40 mil personas corren juntas por las mismas calles), agarrar agua en puestos colapsados, y beber de vasito plástico mientras corremos y tratamos de no volcar todo. En algunos puntos la organización me decepcionó. Uno espera que con tremenda fama y prestigio, todo será perfecto. Pero con ciertas cosas dejan bastante que desear, especialmente en lo que respecta a la hidratación, tan determinante en el rendimiento. Los puestos son cortos y sólo se ubicaban a un lado de la calle. El agua se sirve en vasos chiquitos y para tomar un volumen coherente hay que agarrar dos o tres e ingeniárselas para no perder tanto tiempo en eso. Los punteros no toman el agua de esos puestos y tienen su bebida especial que le alcanzan en botellita, entre otras ventajas como largar adelante de todo y correr solos, sin la incomodidad de la masa. Además, llegan dos o tres horas antes que la mayoría, y por consiguiente con varios grados menos de temperatura. Este año el clima del evento no fue óptimo, rondó los veinte grados, lo que para correr 42 K es muchísimo. Con esto no pretendo restar méritos a Kipchogue, él es un fuera de serie. Sólo aclarar que Berlín no es una carrera tan rápida para todos como se piensa. Creería que en otras pruebas menos multitudinarias y con climas más fríos se pueden obtener mejores marcas. Y tema aparte son las desventajas de estar en un país extranjero: tener que viajar, adaptarse a cambios de horario, clima, alimentación, etc.
En equipo es mejor
No es lo mismo estar feliz y no tener con quien compartirlo que estar con otras personas que además de alegrarse por tus logros, están contentas porque vivieron lo mismo que vos. Tuve el privilegio de compartir la experiencia con mi novio Juan Pablo y a alumnos de mi equipo a quienes preparé. Ellos también hicieron excelentes carreras y eso hizo que todo sea realmente perfecta. La alegría por haberlos ayudado a cumplir ese desafío era tan grande como la de mi satisfacción personal por mis 42 K. No puedo sentirme más que agradecida y motivada y ya pienso en la próxima 42 K. En esta salió un hermoso 3:27:37. Ahora voy por el sub 3:25:00 si se puede, quizás en La Pampa, en abril.
El plan de entrenamiento
Entrené rigurosamente entre seis y siete veces por semana sumando hasta 100 kilómetros totales en el momento de mayor volumen. La estructura en los dos últimos meses se conformaba con tres salidas suaves de entre 50 y 70 minutos, un fondo largo variable de entre 16 y 29 km (algunos con tramos a ritmos cercanos al objetivo maratón, entre 4,45 y 4,55 min x km). Y dos o tres días de series a mayor intensidad con pausas activas (trotando suave) que iban desde 800 mt a 7 km. Cuanto más nos acercamos a la prueba, los trabajos más se acercan a los ritmos de carrera, por eso las series de los trabajos de calidad van aumentando distancia y disminuyendo ritmo con el pasar de las semanas. Y la idea es siempre alternar trabajos más fuertes con salidas “gratis”, que operan como regenerativo para aflojar los músculos además de sumar kilómetros a un bajo costo para el cuerpo. Además de correr, hice ejercicios de abdominales, lumbares, y flexiones de brazos, 2 veces por semana. Y por supuesto, elongación al final de cada corrida.
Las claves del éxito
Analizando qué cosas hice o se dieron distinto a otras veces para que el objetivo salga, en primer lugar, destaco el estar pasando un mejor momento personal. Creo que una 42 K es como la vida misma, y todo aparece ese día. Y que si vos no estas bien, es difícil prepararla y correrla. Con respecto al entrenamiento, hice las salidas suaves mucho más lentas (casi 40 segundos arriba del ritmo de competencia) y los trabajos de calidad, más rápidos.
Fondear siempre a ritmo de carrera o más veloz es un grave error que cometen la mayoría de los amateurs. Fondean a 4,55 x kilómetro y después corren la maratón a 5,30, cuando debería ser exactamente al revés. Otra cosa que incorporé es la meditación. 20 minutos al día no pensando en nada, o pensando sólo en cosas buenas, ayudaron un montón. Hice foco en lo positivo siempre, durante toda la preparación, y en la carrera. Los dos meses previos a la gran cita, pegué un papel en la heladera donde anotaba a diario al menos tres cosas buenas que me habían pasado ese día. Para otras ediciones ese papel funcionaba de anotador del peso corporal. Me pesaba todos los días y lo apuntaba, obsesionada en querer perder tres kilos para correr más liviana. Esta vez no me pesé tanto si bien me cuidé. No llegué tan flaca. Cambié de estrategia, y funcionó. Y por último, otro error del que aprendí fue no hacer metros de más en competencia. Me concentré en ir derecho, doblar siempre lo más cerrado posible, y al esquivar gente hacerlo de la forma más económica posible, sin bailar tanto por el circuito.
En qué pensaba mientras corría
Cuanto más larga es la prueba, más incidencia tiene lo mental. Hay más tiempo para pensar, para enojarse, para asustarse, y para sufrir. Con el cuerpo cansado es normal que invadan los pensamientos negativos, y ahí la clave es desterrarlos de inmediato, reemplazándolos por otros más optimistas y felices.
Mi entrenador me enseñó que hay que correr para uno, y después sí, si queremos, dedicar la carrera a quien queremos. Eso hice. Me la pasé sumando kilómetros alegres, pensando en lo afortunada que soy de poder vivir eso, y confiada de que iba a poder con lo que fui a buscar. Pensaba en correr para mí y sólo para mí, aunque también me ayudaba traer a la mente a personas que me daban fuerzas: Juan Pablo, mis padres, mi entrenador, y mis alumnos. Y un plus motivacional se dió en el kilómetro 27: adelante mío encontré a una chica que me recordaba mucho a una atleta argentina de primer nivel: la Zurda Tesuri. Era igual. La ví e inmediatamente recordé la fuerza de esa mujer y especialmente su alto nivel de tolerancia al sufrimiento. La he visto correr 10 mil metros en pista jadeando como loca desde la segunda vuelta, y así hasta el final. Eso me ayudó a recordar que el dolor es pasajero y que hay que aguantarlo con actitud, porque después viene lo mejor, y dura para siempre: La satisfacción de haberlo logrado.
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