El descanso pocas veces significa parar del todo para mí, se trata más que nada de dejar de correr y dedicarme a otras cosas que me gusten mientras me salgo del modo atleta. En mis últimas vacaciones quise cumplir un sueño de hace muchos años, visitar Nepal y sus montañas. Esta vez elegí para mi viaje una alternativa menos osada y más de “turista” que otras veces. Quería descansar y disfrutar, no tener que preocuparme por nada más que caminar y apreciar el paisaje, no plantearme desafíos extremos ni ascensos técnicos. Tampoco la autosuficiencia absoluta de los verdaderos montañeses duros, que implica caminar horas con mochilas de 20 kilos, armar la carpa y cocinar al final de cada día cuando se está cansado, conseguir y derretir nieve para calentar agua si es necesario, y dormir con frío cada noche. Quería relajarme. Dedicarme únicamente a caminar, descubrir, y exprimir al máximo con los cinco sentidos todo lo que los senderos del Himalaya tienen para ofrecer.
Siempre quise conocer la tierra del Everest y otros tantos gigantes del techo del mundo. Y si bien tengo algo de experiencia en montaña que hubiera justificado un plan más ambicioso considerando terrible viaje, desde un principio supe que me lo tomaría como algo especial para mí y más espiritual que deportivo. Pese a tomar 4 aviones, viajar más de 40 horas y desembolsar cerca de 2 mil dólares solo en el aéreo a Kathmandú (nuestra base de operaciones de un viaje que duraría en total 25 días) iría sin ansias de llegar lo más alto posible conquistando una cima.
Con mi compañero de aventura, Pablo, nos pusimos de acuerdo fácil porque ambos buscábamos lo mismo, y optamos por un trekking de una semana organizado por agencia. Lo ofrecían como un “Vistazo al Everest” de una semana y nos pareció tentador. El paquete incluía el viaje en avioneta desde Kathmandú hasta el aeropuerto Sigmund Hillary, en Lukla, y todas las comidas, además del alojamiento en refugios, porteador, y guía. No debíamos preocuparnos por nada más que caminar con una mochila con lo básico: abrigos, snacks, agua y cámara de fotos.
Después de varios vuelos cancelados y muchas horas esperando en el aeropuerto de Kathmandú tomamos una avioneta mínima hacia Lukla. Por esos lados es común que no se pueda volar y haya que esperar horas o incluso varios días las condiciones climáticas favorables en ambos aeropuertos (el de salida y el de llegada). Ya nos habían alertado que no se puede andar justo de tiempo y consideremos eso a la hora de elegir nuestro itinerario en Himalaya. Esa primera situación ya nos mostró de entrada el modelo de vida y carácter de los nepalís, que al final de nuestro viaje concluiríamos calificándolos como la gente más encantadora que conocimos hasta hoy. Pensábamos cómo se reaccionaría en nuestro país frente a situaciones similares a las que ahí son moneda corriente, no podíamos creer la tolerancia y la calma que reina en ese país. Se nota a cada momento al ver como hacen frente a distintos conflictos, sea en los aeropuertos, en el tráfico, en la vía pública, o mismo pasando a temas más profundos como la pobreza o la muerte.
Nuestra aventura en la montaña empezó con un trekking corto, como es habitual el primer día de una travesía para acostumbrar al cuerpo a la altura sin exigirlo demasiado logrando así una buena aclimatación. Nos llevó menos de 3 horas llegar a nuestro destino final, Phakding, un pueblo encantador donde pasamos la noche en un refugio que era un placer: camas con sábanas y frazadas, baño, electricidad y comida de primera. Uno no está acostumbrado a tantos lujos en las alturas. Después de una comida típica muy suculenta a base de papas ultra sazonadas y unas cervezas nos fuimos a descansar un rato con la idea de despertarnos en unas horas y salir por una caminata a conocer un monasterio cercano. Pero el cansancio acumulado y la comilona hicieron lo suyo y seguimos de largo hasta el otro día.
El segundo tramo sería más largo, 18 kilómetros que nos llevaron más de 6 horas contando el largo stop para almorzar con vista al río. Por todo el camino, en medio de la montaña irrumpen de la nada aldeas súper organizadas que cuentan con varios refugios que ofrecen además de alojamiento, comida rica, abundante, y a muy buen precio para todos los trekkers.
No conviene llenarse demasiado si hay que seguir andando, por eso al mediodía nos conteníamos, pero a la noche nos castigábamos lindo. En mi viaje completo subí 3 kilos. A diferencia de la mayoría, cuando voy a la montaña suelo engordar. Porque salvo en expediciones extremas y muy largas, gasto menos calorías que entrenando en mi ciudad, y sin cuidarme con las calorías.
Por el camino se aprecia abundante vegetación y fauna autóctonas. Es fuerte ver un pavo real en su hábitat natural, así como tantas otras aves silvestres, familias enteras de arces, y a esa especie de vacas de montaña con pelo largo, los jaks. Pero sorprende más todavía la actitud de toda la gente que te cruzás por el camino. Saludan amables y de buen humor aunque muchos van cargando un peso descomunal. No les molestan las fotos, sonríen siempre y hasta parece que las agradecen. Algunos llevan hasta cien kilos en la espalda y hacen varias veces a la semana viajes desde Lukla hasta distintos puntos en la montaña llevando todo tipo de cosas: alimentos y bebidas, artículos varios para vender, materiales de construcción, y las cargas de los clientes quienes trabajan como porteadores. Allí aprendimos que los Sherpas no son porteadores, ni tampoco es el nombre de la raza de los habitantes de esa zona, como creíamos. Los Sherpas son los más exitosos y respetados por esas regiones, quienes más dinero ganan y mejor vida hacen. Son los montañeses expertos locales, los que lideran las expediciones extranjeras.
Al tercer día caminamos desde Namche Bazaar, una pequeña ciudad a 3500 mt, hasta Tyangboche, aldea que se destaca por su monasterio budista, el más grande de la región. Fueron cerca de 20 kilómetros con más de 1000 metros de ascenso. Quise probar mis piernas y apurar un poco el paso. Llevaba el sensor cardíaco para saber qué esfuerzo me significaba ese tipo de trekking, y tal como sospechaba, acelerando considerablemente, el pulso no pasaba de 120. Trotando me es fácil alcanzar 150, y en eso radica la gran diferencia del gasto energético entre correr y hacer trekking, en mi caso.
Me sentí bien de aire y de piernas. No cargaba peso pero iba muy rápido, y hasta los porteadores me felicitaban. Por un momento hasta fantaseé con quedarme a trabajar una temporada y convertirme en la primera porteadora mujer de la zona. Pese al paso apurado, llegué con el tiempo justo a Tyangboche para oir sonar el cuerno en el monasterio, un ritual que repite un monje desde una ventana cada tarde. Me saqué los zapatos y entré. Me quedé un rato en silencio. Lo que se percibe en ese lugar es difícil de explicar con palabras. O yo no me siento capaz. El silencio, la calma, la energía de ese lugar. Esa cultura tan distinta que se respira por todos lados e invita a ser más paciente. Y afuera esas montañas imponentes y eternas. Daban ganas de detener el tiempo y quedarse ahí. Me apenaba pensar que en unos días todo eso pasara a ser recuerdos. Pero me obligaba a disfrutar el ahora.
Cuando cayó el sol nos quedamos con Pablo tomando mate en el living del refugio al calor de la estufa y nuestro guía, Bisnu, nos contó, entre otras cosas, que en Nepal se hablan 135 idiomas. También hablamos de Tíbet, nuestro próximo y último destino antes de volver a Buenos Aires. Ya teníamos los trámites hechos para el ingreso que no es nada fácil y esperábamos la confirmación de la VISA que se solicita a China ya que Tíbet no es más un país independiente y las cosas allí cambiaron mucho, aunque siga siendo de religión exclusivamente budista. Tienen bastante en común con el Hinduismo, religión dominante en Nepal, pero no son lo mismo.
Volviendo a lo terrenal o carnal, recuerdo que a ese punto yo llevaba siete días sin correr y mi cuerpo pedía entrenar. El próximo itinerario fue corto y nos dejó toda la tarde libre. Llegamos temprano a nuestro refugio que se encontraba a más de 3800 mt sobre el nivel del mar donde las bajas temperaturas ya se hacían sentir. El termómetro acusaba bajo cero y me pareció que todo invitaba a correr. Porque corriendo el frío no existe. Salí tranquila, buscando el lugar más llano posible entre tantas cuestas y me dispuse a ir y venir por un circuito circular de 300 metros que fue lo menos ondulado que encontré. El pulso se disparó veloz, pasé las 160 pulsaciones por minuto yendo a un ritmo que me resultaría casi una caminata en Buenos Aires. Es que la altura pega. El oxígeno no llega igual a los músculos y por eso el corazón tiene que latir más veces para transportarlo. Igual lo disfruté un montón. Mi idea era trotar 40 minutos y terminaron siendo 60. No sé si alguna vez alguien corrió por esos lados. La gente de ahí no corre, y quienes van de expedición se encuentran en modo ahorro de energía para descansar cuando no están subiendo. Porque la idea en refugio es recuperarse. Pero yo necesitaba correr. Así y todo nadie me tomó por loca ni me miró sorprendido, porque por esos lados nadie está pendiente de lo que otros hacen.
Los días siguientes serían para desandar nuestros pasos y volver. Empezamos la vuelta por el mismo camino pero que desde otra perspectiva volvió a sorprendernos y mostrarnos cosas nuevas. Everest, Nuptse, Lhotse, Ama Dablam, eran solo algunos de los gigantes y testigos de nuestros pasos. Con Pablo nos sentíamos como chicos de paseo en Disney y no queríamos que se termine nunca. Una de las últimas paradas fue en Kyangkuma, un stop con vista privilegiada donde domina Ama Dablam, para mí la montaña más linda que ví en esos valles. También se puede ver Khumbu Hill, que tiene la particularidad de ser exclusiva para mujeres. Los hombres no pueden subirla. Intrigada, pregunté a nuestro guía cómo hacían para controlar eso y me dijo que no hacía falta controlar nada, porque los hombres no van y listo. A lo que agregué: “¿Y si alguno va igual?” “Nadie vá”. Contestó con firmeza. ¿Quién querría faltar el respeto a los dioses? Y no acoté más.
Las famosas banderitas tibetanas coloridas que estábamos acostumbrados a ver en tantas fotos y ellos llaman “prayer flags” nos acompañaron cada día en el camino, en los árboles, en las casas, en cada puente y en cada aldea de nuestra travesía. Tienen los colores de los cinco elementos y se usan a modo ofrenda, también para agradecer, para pedir, para solicitar protección, y para embellecer. Por eso hay tantas en el campamento base donde las usan para pedir permiso a la montaña para subir.
Nos trajimos varias a Buenos Aires y ahora llevo en mis carreras de montaña siempre una en la mochila. No sé si será psicológico o casualidad pero desde entonces me viene yendo bien. También noto que me tomo las cosas distinto. Que estoy más tranquila. No les voy a decir que me he vuelto budista ni mucho menos, pero aprendí a aceptar un poco mejor lo que no me gusta o no puedo cambiar, y a entender que la vida es un 10 % lo que nos pasa y un 90 % cómo reaccionamos a lo que nos pasa. Yo me reía de los famosos que viajaban a la India y decían que volvieron distintos. Ahora los entiendo un poco.
No solo los paisajes y la gente hicieron de esta experiencia algo único. Yo siento que no pude haber tenido mejor compañero para esta aventura. Con Pablo tuvimos una sintonía absoluta.
Nuestras cumbres fueron cada paisaje, cada sonrisa de las personas hermosas que cruzamos en el camino, y cada abrazo que nos dimos a la llegada a cada refugio. Volvimos de nuestro trekking con algo de 100 kilómetros en las piernas y con una vuelta al mundo completa de sentimientos lindos y aprendizajes.
EL DETALLE DE LA TRAVESÍA
TREKKING DEL VALLE DE KHUMBU, PARQUE NACIONAL SAGARMATHA, NEPAL
DISTANCIA TOTAL: 95 KM
DURACIÓN: 7 DÍAS
GRADO DE DIFICULTAD: MEDIO
DIA 1: KATHMANDU / LUKLA / PHAKDING
DISTANCIA: 9 KM
TIEMPO: 2:30 HS
ALTURA MAXIMA: 2876 MT
ASCENSO ACUMULADO: 318 MT
DIA 2: PHAKDING – NAMCHE BAZAAR
DISTANCIA: 18 KM
TIEMPO: 5:30 HS
ALTURA MAXIMA: 3390 MT
ASCENSO ACUMULADO: 1167 MT
DIA 3: NAMCHE BAZAAR – TYANGBOCHE
DISTANCIA: 20 KM
TIEMPO: 5:00 HS
ALTURA MAXIMA: 3869 MT
ASCENSO ACUMULADO: 1023 MT
DIA 4: TYANGBOCHE – PHORTSE
DISTANCIA: 6 KM
TIEMPO: 2:00 HS
ALTURA MAXIMA: 3888 MT
ASCENSO ACUMULADO: 340 MT
DIA 5: PHORTSE – NAMCHE BAZAAR
DISTANCIA: 15 KM
TIEMPO: 4:30 HS
ALTURA MAXIMA: 3916 MT
ASCENSO ACUMULADO: 572 MT
DIA 6: NAMCHE BAZAAR – LUKLA
DISTANCIA: 27 KM
TIEMPO: 4:30 HS
ALTURA MAXIMA: 3375 MT
ASCENSO ACUMULADO: 850 MT
DIA 7:
TREKKING MUY CORTO DESDE REFUGIO AL AEROPUERTO DE LUKLA
VUELO LUKLA – KATHMANDÚ