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PABLO FAGIOLI

Empresario y corredor

Vas a llorar.
La apuesta de Mario daba vueltas por mi cabeza junto a otras incógnitas: ¿Qué se sentirá al terminar una maratón? ¿Y si la carrera me termina antes a mí? ¿Existe el muro? Cuando el cuerpo quiera tirar la toalla… ¿será suficiente con una cabeza fuerte?
Rosario 2014 era la elegida para sacarme esas dudas. Un circuito medianamente plano, un clima benigno y un recorrido por los lugares más emblemáticos de esa atractiva ciudad daban el marco necesario para la carrera. Frente a un entorno que no ofrecía excusas, sólo había que correr.
La largada en el Monumento a la Bandera me encontró con una ansiedad nivel “nene de 6 años en Nochebuena”. Y, claramente, no era el único: habíamos recorrido mil metros y en el túnel de Parque España, las paredes nos devolvían el eco de un himno argentino tarareado por todos, en una fusión de euforia mundialista con la energía propia del inicio de una maratón. Estábamos todos iguales, todos al palo. Pero faltaban 39 kilómetros y había que enfriar la cabeza.
Oroño, Parque Independencia, Pellegrini y otra vez al Monumento para pasar de nuevo por el túnel donde, lógicamente, 22 km después ya no había himno, gritos ni euforia. Sólo se oía el rebote de las zapatillas y el jadeo de quienes empezábamos a pagar la inexperiencia de haber arrancado más rápido de lo que debíamos. Para mantener la mente alineada, la estrategia era dividir la carrera en segmentos cortos. Había que llegar, sin importar el tiempo pero sin parar. Y aunque después del kilómetro 30 las molestias físicas se transformaron en dolores y hubo que engañar a la cabeza con segmentos cada vez más cortos, el plan funcionó.
El último kilómetro iba a ser con ‘Walk’ de Foo Fighters, para repetir el ritual de los entrenamientos en los cuatro meses de preparación. Pero la canción no llegó al estribillo y el “off” abrió los sentidos a los saludos, aplausos y gritos de hinchas anónimos que desbordaban las vallas, esos que van para acompañar a uno pero que acaban alentando a todos.
El final son instantáneas: el empedrado, el arco, el reloj, el cielo, una enorme bandera celeste y blanca, la gente; la medalla (la primera, la que nunca se olvida) y el abrazo de la familia, que estaba ahí, apenas cruzando la meta, esperándome desde hacía cuatro meses.
Tres horas y cincuenta y siete minutos después de la largada le daba la razón a Mario.
La puta que vale la pena correr una maratón.


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ALBERTO BALSI

Licenciado en sistemas y corredor

Domingo 11 de octubre de 2015, 7:25 am, faltan 5 minutos para que comience la maratón de Buenos Aires, estoy parado en la largada, miro en la cuenta regresiva del reloj como los segundos parecen demorar minutos en transcurrir. Tengo frío, un nudo en el estómago y estoy casi sin dormir por la inquietud de la noche previa. También estoy lleno de energía, las piernas me tiemblan, no de frío, sino de ansiedad por empezar a cumplir el objetivo para el que entrenaron tanto, los segundos se siguen desgranando eternos. Me pregunto cómo llegué ahí, tengo 54 años, dos hernias de disco y hace poco más de dos años pesaba cien kilos y no podía ni trotar 200 metros… ¿Cómo terminé acá, a punto de encarar uno de los desafíos más duros para un corredor?
Empecé a trotar para complementar una dieta. Como todos, siempre había visto gente corriendo en los parques, como muchos, siempre me preguntaba qué placer podían encontrar en correr así, solos y no “atrás de una pelota”. Así comencé, y todos saben cómo sigue la historia… a los tres meses estaba participando en mis primeros 10 K y poco después en los 21 K de Buenos Aires. Al año siguiente hice los 30 K del autódromo, los terminé, pero me lesioné, en retrospectiva sé que había entrenado de más, a ritmos equivocados, sin un plan. No tenía idea de cómo armarlo, con lo cual para dar el obvio paso a la siguiente distancia, los míticos 42 K, tenía que tomar la también obvia decisión de contar con un entrenador profesional.
Así me contacté con Caro Rossi, que armó un exigente plan de cuatro meses con cinco actividades por semana. No me salteé una sola salida en todo ese tiempo y llegué al día crucial bien preparado. Un entrenamiento así es duro, hay muchos factores que tener en cuenta, pero para llevarlo a cabo todo puede resumirse en una sola palabra “disciplina”.
Días antes de la carrera agradecía a todos los que me deseaban suerte, pero… ¿Suerte? no existe tal cosa, existen los fondos interminables en los que ya ni se sienten las piernas, existen las ampollas y las uñas negras, los ahogos de los últimos metros en una serie dura, existe el sacrificio, existe el dolor.
Una vez le preguntaron a Gary Player, uno de los mejores golfistas de la historia, si, como muchos decían, él era un jugador con suerte; a lo que respondió “Sí, y cuanto más entreno y practico, más suerte tengo”.
Y así terminé acá. Solo a los efectos de esta crónica, lamento que la carrera no haya sido épica, no haberme enfrentado en desigualdad de condiciones y derrotado a “la bestia” de 42 K, no haber terminado casi arrastrándome, no haber enfrentado y superado al “muro”, casi podría resumir todo en “largué, corrí casi tres horas y media, y llegué”. Pero claro, esos fueron los últimos 42 K de más de 1300 que había corrido en los pasados meses. Los más relevantes, pero cada uno de los anteriores fue imprescindible para terminar estos últimos.
Por eso disfruté tanto, desde el principio iba muy cómodo en el ritmo planeado, conteniéndome para no apurar el paso ya que lo hubiera pagado al final. Por el kilómetro 15 pasé cerca de mi casa y fue muy emocionante estirar la mano y tocar la de mi esposa que me estaba alentando. Llegando a la mitad todavía iba bien, seguía al mismo ritmo aunque ya no me era tan natural, pero el muro nunca apareció y cuando pasé el kilómetro 32 pensé: “ahora es una 10 K… y corrí esa distancia cientos de veces”, sabía que eso no era cierto, pero me ayudó a darme fuerzas. Ese último tramo fue el mejor, ya estaba cansado y costaba más seguir en el ritmo, pero me sentía entero y sabía que ya nada podía fallar, que terminar era inevitable.
Cruzar la meta no se puede expresar con palabras. Emoción, alivio, felicidad, satisfacción… ninguna, ni todas, describen esa sensación única.
Descansé un rato y miré de nuevo el reloj de la carrera, ahora se acercaba a las cuatro horas, pero en algún lugar de mi cabeza ya había otro reloj, otra cuenta regresiva, una que decía: 364 días, 20 horas…


Pablo Kromer

PABLO KOMMER

Empresario, montañista y corredor

Practiqué deportes toda mi vida y siempre me decía: «Algún dia voy a correr una maratón». Ese día llegó este año en la maratón de las Islas Malvinas. En el año 1982 estuve bajo bandera durante el conflicto con Gran Bretaña, y como muchos de mis compañeros, hubiera dado cualquier cosa con tal de ir a las Islas en ese momento. No se dió, y doy gracias por ello, pues había en nosotros una gran dosis de ignorancia más que de patriotismo.
Después de unos años me fui a vivir a Tierra Del Fuego y nuevamente Malvinas comenzó a dar vueltas en mi cabeza, quería ir pero no quería que sea un viaje más. Hace tres años me enteré de que allí se corre una maratón y me dije que podía ser una buena excusa para conocer las islas. Busqué la forma de contactarme con gente que había ido o que tenía ganas de ir, y allí apareció Carolina Rossi, a quien había conocido en el Aconcagua (una persona muy especial a quien quiero, admiro, y respeto profundamente). Le comenté que quería ir a Malvinas a correr y para mi fortuna ella y su novio Pablo también estaban con muchas ganas de ir.
Si bien practico deportes desde siempre nunca había corrido regularmente y quedaban solo tres meses para prepararme. Lo primero que hice por pedido de Carolina fue ir al centro medico para hacerme un chequeo general (cosa que recomiendo a cualquiera que va a comenzar una actividad deportiva) y luego Caro me armó un plan que sinceramente no pude cumplir a rajatabla ya que tuve que viajar por dos meses a Neva Zelanda. De regreso a Buenos Aires continué con mi preparación, había bajado bastante de peso, cosa que me daba mucha felicidad y ganas de seguir. La última semana antes de viajar entrené en Tierra del fuego y allí debuté con mi primera carrera, 15 km con mucho viento y un poco de lluvia. Terminé entero y feliz con mi primera medalla de runner. Estaba listo. En Punta arenas salimos a correr por última vez antes de tomar el vuelo con Caro y Pablo. Llegamos el sábado a Malvinas, dormí relativamente bien, nos despertamos temprano, desayuné liviano y salimos para la largada. El viento se hacía sentir y el frío también. Yo solo quería terminar la carrera sin sufrir y disfrutar. Conseguí las dos cosas, disfruté como pocas veces haciendo algo que me gusta, sentí el aliento de todos. Nunca me podré olvidar de los niños isleños en los puestos de hidratación dándote agua o alguna bebida energizante con una sonrisa enorme, de las familias alentándote bajo la lluvia y soportando el viento, y de un ex combatiente inglés que hizo los 42 Km en silla de ruedas, a quien abracé muy fuerte y le di las gracias, pues su presencia me inspiraba a mí y a todos. Si me preguntan por el muro del km 30 les digo que sufrí más en algún entrenamiento cuando salía sin ganas que durante la carrera, pienso que todo depende mucho del objetivo que cada uno se plantea, yo quería terminar y disfrutar y lo logré con creces. Cuando comencé a correr no salí a buscar una marca o alcanzar a un rival, mi filosofía de carrera fue y será la de pensar que mi principal rival soy yo, que me tengo que batir a mí mismo, antes de pensar siquiera en batir a los demás y si ese nivel de autoexigencia se lleva hasta las últimas consecuencias no es raro que en el camino se termine batiendo a alguien. Para finalizar, a unos 500 metros de la llegada me vino a esperar Carolina quien había terminado bastante tiempo antes y me acompañó corriendo hasta la meta, una ídola total. Yo estaba tan feliz por terminar la carrera, por haber disfrutado tanto, pero fundamentalmente porque descubrí algo maravilloso que es correr. Soy consciente que en mi caso es casi imposible que llegue primero en alguna maratón, pero les garantizo que gano siempre, gano cuando salgo a entrenar, gano cuando conozco gente por medio de este deporte, gano cuando puedo vencer al viento y al frio en tierra del Fuego, gano porque cuando corro soy feliz… en definitiva… un runner gana siempre.


Leonardo Ros

LEONARDO ROS

Ingeniero industrial, corredor y montañista amateur

Mi primera maratón fue la de Buenos Aires 2011, en el circuito que salía de Belgrano, pasaba por el centro de Buenos Aires, La Boca, y volvía por la costanera; un gran circuito donde uno puede disfrutar de los diferentes puntos turísticos de Buenos Aires. Nunca pensé que correr llegaría a ser una parte tan importante de mi vida, empecé a correr para mejorar mi estado físico porque quiero subir el Aconcagua, y decidí unirme al team de Carolina Rossi al cual llegue por recomendación. Por una confusión lo hice en una clase grupal y no individual, lo cual agradezco enormemente porque esto no solo me permitió conocer a un grupo de personas increíble sino que también el hecho de ser un grupo me ayudó a continuar entrenando y mejorando cada día más. Cuando uno nunca corrió una maratón lo ve como un objetivo distante, lejano, casi imposible, pero cuando comienza a correr; empieza con carreras de 5km, luego de 10km y después se anima a la media maratón (distancia que considero ideal para correr), con un par de medias maratones corridas ya empieza a rondar en la cabeza la idea de correr una maratón. Para esto seguí un plan elaborado por Carolina al pie de la letra. Mi principal objetivo era terminar la maratón. Uno piensa: ¿seré capaz de correr 42,195 km? muchas veces dudaba, mis amigos me decían que estaba loco, pero cuando se comienza a correr siempre se buscan nuevos objetivos y desafíos. En el tiempo de entrenamiento pasé por diferentes temas personales que me colocaron en una montaña rusa de sentimientos: la enfermedad de mi abuela, el nacimiento de mi sobrina, y un cambio laboral que afectaban mi ánimo pero no mi espíritu de seguir hacia el objetivo: mi primer maratón. Entrenaba entre 3 y 4 días por semana, a veces con con frío, otras con lluvia, con sol y calor. Como corro sin escuchar música aprovecho el tiempo para pensar, y pensaba en todos los temas e intentaba ordenar mi mente. Sumando todos los km recorridos en los 4 meses de entrenamiento llegué a realizar 780 km!!! Recuerdo que el fin de semana de la carrera casi no conseguí dormir, los nervios y la ansiedad juegan un papel preponderante, me la pasé pensando, soñando, imaginando como sería la maratón. Y Llegó el día. Llegó la largada, nos juntamos con todos los compañeros de corrida, muchos de los cuales también eran debutantes en la distancia al igual que yo, y la última arenga.
Largamos, una multitud con un solo objetivo: superarse a sí mismo, demostrarse que se pueden correr los 42 km. Por primera vez hago una carrera inteligente, ¿qué quiere decir esto? que empecé a un determinado ritmo y seguí en el mismo. Promediando el km 10 se me acalambró el gemelo, y me digo: “No puede ser,  a esta altura no pude estar pasando esto!” y consigo continuar tratando de elongar y por suerte pasa el dolor, sigo sin problemas, sigo corriendo y llego al km 21 en 2hs 10 min, continúo, llego al km 27 (era la distancia mayor que había corrido hasta ese momento), a partir de allí; lo desconocido, comienzan los dolores en las rodillas, luego en los talones, por suerte pasan rápido y continúo, no siento el famoso muro, continúo corriendo y en el km 35 mi amiga Mariela Gutierrez me acompaña haciéndome más ameno el último esfuerzo, me deja faltando 2 km para la meta, en los últimos metros siento que tengo más energías, corro como si no lo hubiese hecho por 4:30 hs, recuerdo a mi abuela fallecida unos días atrás, siento que me alienta desde el cielo, a mi sobrina con unos pocos día de vida, a mi familia, a mis amigos, a mi entrenadora Carolina, me embarga la emoción y se me escapan unas lágrimas por todo el esfuerzo realizado. La sensación es increíble. Me sentía feliz, en paz.
Luego de cruzar la meta veo a May y a Panchita que nos habían ido a hacer el aguante, es también importante tener un grupo que apoya y alienta tanto a los que corren compartiendo los momentos pre y post maratón (que son los más gratificantes). Y después; a pensar en la próxima maratón, porque como me había dicho Carolina; la maratón es un camino de ida.


Santiago Carregal

SANTIAGO CARREGAL

Corredor y peregrino

La primera maratón de la que participé fue en la 12º edición del Maraton Adidas de la República Argentina, el 24 de septiembre de 1995. Se largó a las 8 de la mañana, un día soleado y muy caluroso por ser el comienzo de la primavera. La carrera comenzó frente al Club de Amigos en Figueroa Alcorta y Sarmiento, se iba por Libertador hasta La Lucila en Vicente López y se volvía por Lugones hasta Sarmiento para dar un circuito por Palermo hasta el lago del Golf y terminar donde se largaba, frente al Club de Amigos.
Mi preparación fue muy escasa, solo entrenaba los fines de semana y un mes antes de cada carrera, no existían los Running Teams y los profes, solo trabajaban en los clubes con atletas federados. En años anteriores participaba en las carrera de integración (10 o 21K), en simultáneo con la Maraton, pero quería probar con una de 42. La largada fue multitudinaria, los que corrían la de integración eran como 7000 y se separaban en el km 5, al llegar al Km 20 yo no daba más y el agua se había agotado en todos los puestos de hidratación. De ahí hasta el final comencé a caminar y alternaba con trotes suaves, me di cuenta de que tenía ampollas en los pies, no sabía cómo apoyarlos para que no me molesten y el calor se empezaba a sentir mucho. Calculé que el ganador estaría llegando a la meta y a mí me faltaba la mitad del recorrido. Todo el largo de la avenida Lugones lo hice caminando y empecé a trotar por el Km 35, éramos como 20 que estábamos últimos y veíamos la ambulancia atrás nuestro que marcaba al último corredor. Había un tiempo límite para llegar que era de 5 horas y media; faltaba un km y yo ya iba por 5 horas y cuarto. Me di ánimo para terminar dentro del horario límite. El último km lo corrí como si recién largaba. Al llegar casi no había nadie, ya estaban desarmando el podio y las tribunas y sacando el vallado porque en 10 minutos se tenía que abrir la avenida Figueroa Alcorta al tránsito. Me dieron la medalla de finalista, y recuerdo que nos saludábamos entre los últimos por haber terminado como si fuéramos amigos de toda la vida. Ya no tenía ampollas, aunque tenía las medias pegadas a la carne viva y casi no podía caminar. 15 años después en la peregrinación a Santiago de Compostela en España, llegando a Compostela vi a muchos peregrinos que llegaban con los pies muy lastimados como los míos en la maratón, y vi una remera con un dibujo de dos pies con ampollas, vendas y curitas y la leyenda “El dolor es pasajero, la gloria es eterna”. Me acordé de inmediato de mi primera maratón. No me importó tardar 5:20:03 y llegar 1084 entre 1113 finalistas; ese momento al cruzar la meta es mágico, es para uno y eso no tiene precio.