Gabriel Casón es contador y vive en Capital Federal, pero está enamorado de las montañas. Trabaja en pleno centro y aprendió a palear el estrés porteño muy bien: se moviliza todos los días en bici, y cada vez que puede se escapa a la tranquilidad de los cerros. Para descansar la mente más que nada. El cuerpo, no tanto: casi siempre sus planes viajeros vienen acompañados con carreras de muchos kilómetros.
Son las tres menos cuarto de la mañana y faltan 15 minutos para que suene el despertador, pero Gabriel ya está despierto. Se acostó a las nueve la noche, y esas pocas horas fueron suficientes para relajar el cuerpo y la cabeza para el gran desafío próximo. A las cuatro y media en punto de una mañana fría en Capilla del Monte, estará largando la que anuncian, es una de las carreras más extremas de Argentina: la tercera edición de Turmalina UT en las sierras cordobesas. Recorridos escarpados con cascadas y arroyos, piedras filosas o resbaladizas, senderos con vistas imponentes, y la adjudicación de tres puntos ITRA (puntaje que sirve para clasificar a otras competencias muy codiciadas de nivel internacional).
Con casi 56 años, un historial deportivo diverso y casi seis enfocado en correr, se siente afortunado de estar ahí. Es consciente de que no muchos tienen la oportunidad de pasar por semejantes emociones y experiencias. Y menos a su edad.
Piensa en cómo será correr de noche en las sendas del Uritorco, ese cerro cargado de leyendas ¿y evidencias? de extraterrestres. Se pregunta si en algún momento del recorrido se quedará solo. Si su linterna se la va a bancar. Entonces recuerda que decidió llevar dos; una de repuesto. “¿Y si mis piernas no quieren saber más nada cuando todavía falten 30 kilómetros, o más? ¿Quién me manda a anotarme en una carrera cuyo circuito transita 60 kilómetros subiendo y bajando cerros con un desnivel acumulado de casi 6000 metros, y largada en plena noche?” Son sólo algunas de las charlas internas que irrumpen sin pausa en las cabezas de los ultramaratonistas. Si bien durante su vida atlética participó de muchas carreras de este tipo, la montaña siempre imparte respeto. Y la oscuridad también. A diferencia de otras pruebas más cortas, uno suele contemplar ya antes de arrancar, la posibilidad de abandonar. Por decisión propia, o por no poder cumplir con los tiempos requeridos en los puestos de control. Se establecen tiempos máximos de cortes en distintos puntos del circuito. Si uno por ejemplo no llega al kilómetro 20 a las cuatro horas y media, lo obligan a dejar ahí.
Pero este aventurero siempre se hace cargo de las decisiones que toma, sobre todo cuando hay opciones. Cree que desde el momento en que uno decide ir por 50k, por ejemplo, las excusas deben quedar afuera. “Se convirtió en un desafío adicional para mí, poder preparar esto con seriedad en un momento del año muy cargado a nivel laboral. No subestimé nada, sabía que debía ser muy prolijo en el armado de la agenda y horarios. Antes de ponerme las zapatillas de trail y llegar al arco de salida en esa vieja estación de tren en el Valle de Punilla, ya estaba muy contento: el desafío previo de cumplir con el entrenamiento a rajatabla era un hecho. Cumplí un plan súper exigente con muchos kilómetros semanales a distintos ritmos, cuestas, fondos largos y cortos, y sesiones de trabajos combinados de running y bici, además de ejercicios de fuerza y flexibilidad”. Cuenta este hombre mitad contador y mitad montañés. Lo cierto es que los 50 K terminaron siendo 60 K, por cambios del recorrido. Es absolutamente cierto que, si uno acepta ir a correr a la montaña, tiene que además de entrenarse y equiparse muy bien, estar preparado a eventualidades y sorpresas. De eso se tratan las pruebas de trail. Uno sabe o debería saber que los trazados pueden variar, que uno puede desviarse, que una cinta de las que indican el camino puede volarse o cubrirse, lo cual puede llevar a un desvío lógico en la distancia final, pero ese 20% más a Gabriel y a tantos otros participantes seguramente, les resultaron muchísimo: toda la planificación y estrategia de carrera quedan en la nada. Es terrible tener que alterar sobre la marcha el plan de carrera en el momento donde las fuerzas y energías están agotadas. Gabriel asegura que ese fue el único detalle que lo disgustó en Turmalina UT, pero que desde el momento en que él decide correr en la montaña, asume que esto puede pasar. “Si queremos comodidad y asistencia completa por parte de la organización, mejor correr sólo en el asfalto”, arroja con un gesto más bien serio. Y continúa: “Nadie nos obliga a correr en la montaña, nadie nos obliga a correr en la montaña de noche, nadie nos obliga correr en la montaña en invierno, entonces hagámonos cargo de nuestras decisiones. Es más fácil buscar responsables afuera cuando las cosas no salen como queremos”.
Tan solo leyendo los deslindes de responsabilidad que se firman en las acreditaciones, queda muy claro donde uno se está metiendo. Viendo las reacciones posteriores de muchos corredores frente a las adversidades, se vuelve evidente cuan necesarias son las charlas previas obligatorias que brinda la organización, o las firmas de deslindes. Lo cierto es que por el kilómetros 50 de la carrera, Gabriel se encontraba sin fuerzas, pero pareciera que casi siempre hay un resto guardado que permite terminar corriendo el tramo final. La última bajada fue a un ritmo muy fuerte, en compañía de un corredor que conoció ahí mismo y se volvió su aliado de senda. Pararon juntos a hidratarse en el último puesto por el 55, maldijeron los cinco kilómetros restantes, y siguieron juntos el tramo final. Llegaron al pueblo con un trote lento pero constante, alguna charla entrecortada por falta de aire, y el orgullo de terminar una nueva ultramaratón.
Después de esta nueva experiencia y haber corrido en circuitos del norte, este, centro, y sur del país, Gabriel confirma lo que suponía: las sierras de Córdoba son por su topografía la zona mas difícil para desarrollar esta actividad. Tiene todo lo que tienen las otras zonas, pero se le suman bajadas muy complicadas por tanta piedra suelta y filosa, que la hacen tan técnica como única.
Su Garmin acusó que estuvo 11 horas y 22 minutos subiendo y bajando cerros por 60 kilómetros. “Reconozco el costado incoherente, pero viendo lo que esto genera en mí, invito a todos a proponerse estas locuras. Ir por este tipo de aventuras es buscar la superación, es correr los limites. Desde ya, siempre cumpliendo con una preparación acorde y tomando los recaudos pertinentes.” asegura Gabriel. Porque él cree que como dice el gran Alfredo Barragán, capitán de Expedición Atlantis, que ser un aventurero no es salir a la aventura para ver qué pasa, que eso es ser un irresponsable. Cree que un verdadero aventurero en la previa estudia todo al detalle y se prepara para sortear los imprevistos. Correr de noche en la montaña no es para cualquiera, pero tiene una magia única, los sonidos y las estrellas se potencian. El desgaste físico y mental de andar a oscuras se reparan con las primeras luces del día. Ahí empieza otra película, el sentido de la vista renace en plenitud, el panorama cambia, y también la estrategia. Y recomienda: “Siempre hay que andar como con lentes bifocales, con plano corto para ver el paso a paso, y vista panorámica para ver lo que viene. Y es importante regular las energías, aunque a veces no se sepa bien cómo, porque no tenemos un tablero de control con agujas que indican presión, temperatura o combustible. La experiencia te va dando esos datos que no vemos en un tablero, son las famosas sensaciones a las que tanto hay que prestarle atención. Tener un objetivo de carrera claro también es clave, estar bien equipado tanto en indumentaria como alimentos, hidratación, y elementos de seguridad, es una tranquilidad grande. Muchos aconsejan fraccionar las carrera largas en etapas, puede ser en relación con los puestos de control fijados por la organización. También es clave tener elementos de autosuficiencia y agua para hacer los trayectos entre puestos sin sobresaltos, usar los puestos para reponer energías con los suministros y sobre todo con la energía de los voluntarios que suelen ser siempre seres muy especiales, y dan mucho más que una mano”.
Gabriel cuenta que durante todo el circuito estuvo atento a todos los detalles externos e internos, menos al reloj, un aliado muchas veces, y un enemigo íntimo que presiona, otras tantas. Que decidió relajarse un poco. En la segunda mitad los kilómetros pasaban muy lentos, y quería pensar que andaba mal el gps. Se reía solo y cuando recobraba conciencia se decía “hacete cargo Gabi, estás cansado, no eches la culpa al reloj”. Charlas que uno va teniendo a lo largo de tantas horas. Porque uno cree que corre solo, pero eso es mentira. Transcurre tanto tiempo, que una gran cantidad de personas (cercanas y no tanto) pasan por la mente. Y mientras ese desfile avanza, además aparece la compañía de muchas voces propias que se encargan de motivar, o hundir, según la ocasión. Cuanto mejor uno se lleve con ellas, mejores serán los resultados.
“A la montaña siempre voy con mucho respeto, pero por suerte hace un tiempo le perdí el miedo. Creo que por ahí va la cosa, como en la vida. Si te moves con respeto, tenés que animarte a intentar”.
Y concluye, con los ojos brillantes: “Mi deseo, con respeto y sin miedo, era cruzar la meta con todas las luces del tablero de control imaginario en rojo. Para mí esto se traduce en dejarlo todo, entregarse entero. Y así lo hice. No me guardé nada. Llegué con todas las luces y bocinas de alerta al máximo. Exhausto pero feliz por otra misión cumplida”.
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